miércoles, 27 de abril de 2016

Pedro Huilca en la Historia.- Escribe: Gustavo Espinoza Montesinos y El asesinato de Pedro Huilca Tecse.- Autores: exdictador japonés Fujimori Ken'ya; traidor a la patria e informante de la CIA Vladimiro Montesinos Torres, y delincuentes fujimoristas Roberto Huamán Azcurra y Santiago Martín Rivas

Pedro Huilca en la Historia.- Escribe: Gustavo Espinoza Montesinos 2016-04-20 18:52:00

Pedro Huilca Tecse, Secretario General del Sindicato de Trabajadores de Construcción Civil, en reunión con el Ministro de Economía César Vásquez, en el Despacho Ministerial del MEF, Lima, junio de 1989. Pedro Huilca, mártir obrero del Perú al igual que el sindicalista Luis Negreiros Vega, fue asesinado el 18 de diciembre de 1992 por órdenes del dictador japonés Fujimori Ken'ja, en típico plan ideado y dirigido por el delincuente fujimorista Vladimiro Montesinos Torres. Pedro Huilca tenía 43 años de edad.
Reproducimos a continuación el artículo Pedro Huilca ante la Historia, escrito por Gustavo Espinoza Montesinos, antiguo militante del Partido Comunista Peruano (PCP) y hoy integrante del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. La nota de Espinoza rinde merecido homenaje al dirigente obrero Pedro Huilca. Si bien no compartimos las expresiones de Gustavo Espinoza con respecto al régimen constitucional 1985-90, incluidas en los párrafos sexto y séptimo, sin duda nos consta que Pedro Huilca Tecse fue un luchador íntegro, definido y valeroso. Con la orden para asesinarlo impartida por Fujimori, planeada y dirigida por Montesinos y ejecutada por los pistoleros Huamán Azcurra y Martín Rivas, la delincuencia fujimorista ocasionó una pérdida irreparable a su familia, al Perú y a los trabajadores del mundo.

El asesinato de Pedro Huilca, ocurrido hace casi exactamente veinte años –el 18 de diciembre de 1992– cerró el ciclo que en la historia política de nuestro país se abriera el 29 de agosto de 1975, cuando fuera depuesto al general Juan Velasco Alvarado.
Se ha dicho –y es verdad– que la primera vez que la clase dominante realmente sintió miedo en el Perú, fue cuando el General de voz tronante anunció al mundo la expulsión de la Internacional Petroleum Company –un 9 de octubre de 1968–, y dio inicio a un proceso de transformaciones revolucionarias que cambiaría el rostro de la nación.
El miedo se convirtió en pánico el 24 de junio de 1969 cuando se promulgó la ley de reforma agraria que eliminara de raíz el latifundio, y se hizo carne viva en la casta dominante en cada una de las acciones impulsadas desde entonces: la reforma de la industria, la creación de la Comunidad Laboral, la ley de estabilidad en el trabajo, la recuperación de Marcona y de la Cerro de Pasco, la Reforma de la Educación y otras. Y llegó a su punto culminante en julio de 1974, cuando se dictó la expropiación de los medios de comunicación –la prensa "grande" y la TV– en manos de pequeñas y corruptas camarillas de poder.
Cuando eso ocurrió, una banda de inimputables, alcoholizada al extremo, optó por mostrar su ira prendiendo fuego al Pabellón Nacional. Concentrada en el Óvalo de Miraflores, la gavilla tomó en sus manos el símbolo patrio y lo quemó impunemente, renegando de su origen y de su identidad. Años más tarde, y al amparo de administraciones mafiosas, estos mismos elementos tuvieron la osadía de demandar –y conseguir– que su gesto obsceno, fuera considerado "una protesta" por "la censura de prensa". En el extremo "perpetuaron" su acción con una placa que hoy ensucia el lugar y constituye una ofensa a los peruanos.
El desplazamiento de Velasco, encubierto por diversas maniobras diversionistas que sorprendieron a buena parte de la ciudadanía, marcó el inicio de la recomposición del Perú oligárquico. La administración de Morales Bermúdez –primera responsable del desgobierno– no pudo, sin embargo, hacer mucho en materia. Los paros de julio de 1977 y mayo del 78– le mostraron que sus días estaban contados y no le quedó más alternativa que entregar el poder "a los civiles" dos años después. De ese modo, y gracias a la dispersión del movimiento popular, Belaúnde Terry volvió a la gestión del Estado en lo que se denominó el proceso de "restauración democrática".
Lo que se restauró –y por cierto, de una manera muy limitada– fue la democracia burguesa, que volvió a convivir con el poder imperial, retrocediendo en campos vitales para la vida nacional. Belaúnde, primero, y García después, no se atrevieron, sin embargo, a liquidar las conquistas sociales de los trabajadores, destruir el sector estatal de la economía, ni privatizar las empresas públicas. Redujeron al máximo la capacidad operativa de las mismas y arrancaron lo que pudieron a los trabajadores en beneficio del gran empresariado; pero tampoco alcanzaron a desandar muchos de los caminos trazados en materia agraria, educativa, cultural y de salud, por el proceso anterior; y debieron aceptar un régimen híbrido en el que coexistían signos distintos de la vida nacional.
Con ambos gobiernos, se desenmascararon como sirvientes obcecados del gran capital y del poder del imperio y desenvainaron su espada contra los trabajadores, en procura de restaurar de modo completo el poder oligárquico. Eso, no fue posible porque no alcanzaron a tener en sus manos todas las riendas del poder, como anhelaban.
Fue el régimen de Fujimori, a partir de 1990, el que dio el paso decisivo en la materia. A la sombra de un caudillo aventurero e inescrupuloso que vendió su alma al diablo, los militares más reaccionarios y la embajada yanqui urdieron acciones siniestras contra el pueblo, y operaron a espaldas de la nación para destruir lo conquistado. El instrumento fue el tristemente célebre Plan Verde.
Tres fueron los ejes de su accionar en el periodo: fascistizar a la Fuerza Armada, levantar una amenaza gigantesca contra el país y establecer una administración punitiva colocándola en manos de la Agencia Central de Inteligencia –la CIA– y los servicios secretos nacionales. Para el efecto de aplicar sin resistencia esa política, consumaron el golpe de estado del 5 de abril de 1992 lo que les permitió concentrar todos los resortes del poder en una sola mano.
Todo quedó listo a partir de estos hechos para desmantelar completamente el proceso de desarrollo independiente del país e instaurar el modelo neo liberal inspirado por los Chicago boys que se había impuesto en Chile gracias a la dictadura de Pinochet. Faltaba, sin embargo, un detalle: maniatar a los trabajadores intimidando al pueblo. El asesinato de Pedro Huilca Tecse fue la clave.
Tres meses después del golpe de abril, el entonces ministro de economía Carlos Boloña, aseguró a los banqueros que en poco tiempo más sería "liquidada" la resistencia sindical al programa económico del régimen. A inicios de diciembre del mismo año, en el marco de la Conferencia Anual de Ejecutivos –el CADE– celebrada en Arequipa, el propio Fujimori, arrogante y soberbio, dijo en tono desafiante: "Ya se acabó el tiempo en el que la dirigencia de la CGTP dictaba la política laboral en el Perú". Fue, sin duda, el último aviso. Después, hablaron las balas.
En efecto, el viernes 18 de diciembre de 1992, en las primeras horas de la mañana, un comando no identificado atacó en la puerta de su domicilio –en Los Olivos– al Secretario General de la CGTP, y le quitó la vida. Minutos después, desde el Aeropuerto Internacional donde se encontraba preparando un viaje al Ecuador, Alberto Fujimori no tuvo reparo en asegurar que fue Sendero Luminoso el autor de los disparos asesinos. Pocos días después, una edición especial del Diario de Marka, en manos de SL reivindicó el hecho como obra de su organización. Sólo después de haría evidente que el crimen fue consumado por el régimen.
Hoy, es frecuente que se recuerde lo que fue realmente Pedro Huilca. Pocos reparan, sin embargo, en lo que le costó ser lo que fue. Porque a Pedro, nadie le regaló reconocimientos ni cargos en vida. Se los ganó en la lucha, defendiendo a pulso sus ideas, y enfrentándose con firmeza a quienes lo agredieron desde uno y otro lado de la trinchera. Fue difícil mantener por diez años la dirección de la Federación de la Construcción en sus manos. Pero fue mucho más difícil aún ser ungido como Secretario General de la CGTP en un ambiente hostil, venciendo resistencias, incomprensiones y mezquindades. Y fue aún más duro mantener nueve meses ese cargo hasta ofrendar la vida en él, atacado como estaba por adversarios de diverso signo.
El argentino Jorge Luis Borges decía que lo más importante en la vida de un hombre, "es la imagen que guardan de él los demás hombres". Y la imagen que guardamos de Pedro quienes vivimos y luchamos a su lado, es la de un hombre íntegro, definido y valeroso. No era estrecho, amorfo, conciliador, opaco, oportunista. Supo ser leal a la causa que enarboló, porque fue leal a su propia conciencia. Por eso fue constantemente agredido y atacado.
Con frecuencia se ha citado de él una frase: "Luchamos por una causa superior a nuestras vidas". No es una frase de escritorio ni una expresión literaria. Es la palabra de un hombre puesto en un trance histórico, cuando entendió que debía ser leal a la confianza que los trabajadores habían puesto en él, y que estaba llamado a entregar la vida en la batalla. Fue una frase dicha, en efecto, en la antevíspera de su muerte y forma parte del último documento que aprobó dos días antes de caer abatido por balas asesinas. El texto –recordémoslo– decía: "Por encima de nuestra libertad personal y aún de nuestras vidas, está la causa por la que luchamos, que sobrevivirá, sin duda alguna, al ingeniero Fujimori y a todos sus serviles y obsecuentes portavoces". Fechado el 15 de diciembre, el mensaje sólo fue publicado ocho días después del crimen por el diario La República.
Muchas veces se ha dicho que debemos seguir el ejemplo de este valeroso combatiente. Ese compromiso no debe ser una frase de ocasión. Exige revelar lo que se sabe, sentir lo que se dice, y decir lo que se piensa. Y es, ciertamente, la única manera de ser leal a la memoria de lo que Lermontov habría considerado "Un hombre de verdad".
Al rendirle homenaje en esta circunstancia, hay que reafirmar el compromiso de no descansar hasta que se haga definitiva luz sobre este crimen, y hasta que el recuerdo de Huilca sea realmente tomado en sus manos por los que honran su nombre y su memoria
Gustavo Espinoza MontesinosColectivo de Dirección de Nuestra Bandera
Diciembre 16, 2012

El asesinato de Pedro Huilca Tecse.- Autores: exdictador japonés Fujimori Ken'ya; traidor a la patria e informante de la CIA Vladimiro Montesinos Torres, y delincuentes fujimoristas Roberto Huamán Azcurra y Santiago Martín Rivas 2016-04-20 18:40:00

Escribe: Efraín Rúa (del libro El crimen de la Cantuta)
http://goo.gl/iPyK5s
Pedro Huilca Tecse
El 18 de diciembre de 1992, Pedro Huilca Tecse, Secretario General de la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), murió acribillado a balazos dentro de una camioneta, frente a la puerta de su casa. Los disparos fueron hechos con silenciadores. Sin embargo, nadie le salió al paso, como solían hacer los subversivos tras un implacable reglaje a sus víctimas. Los sicarios llegaron después del desayuno de la familia; unos instantes más y no lo encontraban.
Momentos después del crimen se echó a andar la versión que se trataba de un nuevo atentado de Sendero Luminoso. Una década después José Luis Risco, presidente de una subcomisión investigadora del congreso, presentó el testimonio de un agente que hacía trabajos sucios para el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN): Clemente Alayo.
Alayo reveló que en octubre del año 1992, Martín Rivas recibió una llamada de Fujimori al salir de los baños sauna Pardo. Tras ello el jefe del Grupo Colina anunció que se preparaba el crimen de Huilca.
Alayo volvió a oír del tema en los primeros días de noviembre. Se encontró con Martín Rivas cerca de la Plaza 2 de Mayo, a pocos pasos del local de la CGTP. En el interior de un automóvil estaban Mariela Barreto y dos sujetos. Martin Rivas le dijo a Alayo: "Mira, compadre, vas a reivindicarte de todas las cagadas que has hecho. La señorita que ves adelante va a participar con nosotros y tiene más huevos y cojones que tú. Y el chofer, ¿ves a ese grandazo que está allá al fondo?, ése también va a participar; y yo también, pero tú vas a dar el tiro de gracia. ¡Ahí quiero verte, carajo!"
Ángel Felipe Sauñi Pomaya, técnico del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), ratificó esa versión. Recordó que su colega Pedro Pretell Dámaso había reconocido su participación en el crimen.
Los trabajadores culparon desde el primer momento al gobierno de Fujimori, recordando que el ministro de economía de la dictadura, Carlos Boloña había declarado, en agosto de 1992, que la dirigencia de la CGTP no llegaría a fines de año.
La guerra estaba declarada desde que el gobierno aplicara una política económica que destruía el trabajo de los peruanos, en beneficio de grupos monopólicos. En pocos meses, el régimen había liquidado la legislación que amparaba derechos laborales conquistados a lo largo de décadas. Para agravar más las cosas, el Fondo de Pensiones acabó pasando en gran parte al sistema privado, a través de las Administradoras Privadas de Fondos de Pensiones que engulleron la mayor parte de sus ingresos. Los grandes empresarios se frotaban las manos. Por eso no extrañó que el grueso de asistentes al CADE 92 sonriera cuando el propio Fujimori anunciara, en presencia de Pedro Huilca: "¡Los días de la CGTP comunista ya se han terminado! ¡Éste ya no es el país donde mandan las cúpulas de la CGTP!"
El dirigente advirtió las consecuencias de la amenaza. A los pocos días envió un escrito, La CGTP responde, en el que recordaba que "Nunca había habido en el Perú un gobierno en el que los trabajadores hubieran asumido la capacidad de decisión. Todos han aplicado una política de opresión y han actuado en contra de los trabajadores. Le aseguramos que no le tememos y que sin alardes ni aspavientos responderemos a las bravatas y a las amenazas de quienes hoy son fuertes".
Pero la vida de Huilca tenía las horas contadas: el 18 de diciembre, a las 8 y 25 de la mañana, el hombre de 42 años recibió unos cuarenta disparos en el cuerpo cuando se disponía a marchar a la sede de la Central. Los asesinos no repararon en disparar contra el frontis de su casa para acallar los gritos de horror.
Flor, una de las hijas de Pedro, se cruzó en el camino con una mujer de pelo corto, rubio, con el rostro pasmado. Tenía en las manos un arma. Tras la balacera, Flor llevó a su padre al hospital, pero los médicos nada pudieron hacer.
Yuri Huamaní, un estudiante de la Universidad Nacional de Ingeniería, capturado dos horas antes del crimen, fue acusado del asesinato. Sus padres fueron obligados a firmar un acta en blanco, en la que luego se consignaría una denuncia por subversión. Hasta hoy se lamentan.
A los pocos días del crimen, la policía presentó a los responsables del crimen, pero la familia de Huilca no reconoció a nadie. A una mujer la mostraron a través de la cerradura de una puerta, pero ella tenía el pelo largo y oscuro; no tenía relación con la mujer que había participado en el atentado.
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